por: pastor Erick López

 

En los últimos años he sido testigo del aumento de las emigraciones en los diferentes continentes. Recuerdo las noticias del año 2014 que nos advertían de la crisis humanitaria de en países del continente africano, en su mayoría pobres y sin acceso a lo básico. Se hablaba de grupos que emigraban, tratando de llegar a Europa. Sus travesías fueron titulares en los diferentes medios de comunicación no solo por el hecho de lo arriesgado que era este peregrinar para sus vidas, si no porque un buen número de ellos la había perdido en su trayecto en la búsqueda de una mejor calidad de vida.

 

Se resaltaba lo peligroso y arriesgado que es el trayecto para los que emigran; pero del mismo modo poco se informaba acerca de la raíz del problema. En los pasados años ya no fueron los africanos los que ocupaban los titulares de los medios. Ahora eran nuestros hermanos y hermanas centroamericanos quienes, tratando de huir de sus países, ponían y ponen en riesgo sus vidas. Un sueño que les puede costar la vida.

 

Son muchas las raíces del problema de las migraciones de nuestros hermanos y hermanas centroamericanos. Entre estos:  la falta de acceso al empleo, a la educación, a los servicios de salud; la crisis ocasionada por la pandemia del COVID-19 y sus repercusiones; la falta de seguridad (el Salvador es un país golpeado por la inseguridad debido a las maras); la falta de acceso a los alimentos (Honduras ocupa el primer lugar en desnutrición entre niños y mujeres en Centro América); y ahora, el cambio climático.

 

Cómo inmigrante que soy –provengo de un país al que se le ha dificultado salir de la pobreza y donde abunda la falta de acceso a servicios básicos– entiendo perfectamente cómo, por cumplir un sueño, se arriesga la vida. La emigración (irregular) aunque no es nueva si se ha visto en aumento y pareciera que no hay marcha atrás. Según el portal La estrella de Tucson, "Los restos de 43 migrantes que murieron al cruzar la frontera en el sur de Arizona fueron encontrados el mes pasado, convirtiendo al 2021 en otro año mortal para los migrantes.[1]"

 

Debemos recordar el cuidado de Dios hacia los emigrantes, recordar a nuestras comunidades de fe que ellos son nuestro prójimo. Es igual de urgente educar a quienes piensan que los inmigrantes son la raíz de sus crisis y de sus desgracias pues consideran –en su mayoría por ignorancia– que estes personas provocan sus males. Educar es, también, una labor eclesiológica y en este caso educar también es un acto liberador pues despoja todo estereotipo y prejuicio hacia nuestro prójimo. Son muchos los textos (Éxodo 23,9; Deuteronomio 24,17; Levítico 19,34 entre otros) que nos invitan como comunidad de fe a recibir, tratar y ayudar al emigrante como una persona, un ser humano y con dignidad. Dignidad que se les suele arrebatar por la ignorancia, por posiciones políticas e ideológicas. Nuestra oración sea con quién ponen en riesgo sus vidas por un sueño. Sueños que en ocasiones se hacen realidad; pero que en otras ocasiones terminan convirtiéndose en pesadilla. Roguemos a Dios para que, en medio de esa pesadilla, nos permita ser agentes del Reino de Dios en el aquí y el ahora por medio de la solidaridad y la búsqueda de la justicia para los oprimidos y las oprimidas. 

 

[1] https://tucson.com/laestrella/frontera/junio-el-mes-m-s-mort-fero-para-inmigrantes-en-el-desierto-de-arizona-desde/article_b97b8d82-e402-11eb-a9f8-5b46932b2b16.html