Por: Yarilis Hidalgo-Placeres, BMA, MA

Cuando escuchamos la palabra «conflicto» inmediatamente pensamos en que es un concepto negativo porque puede identificar momentos de tensión en nuestro entorno.

 

Si damos una mirada al ministerio de Jesús veremos que su caminar estuvo cargado de conflictos aun antes de nacer. Recordemos el conflicto que le causó a José saber que su prometida María estaba embarazada antes de casarse con él. Más adelante podemos ver cómo Jesús estuvo en situaciones conflictivas y cómo hizo para convertir esas situaciones en motivos de bendición y acciones de gracias.

 

El conflicto siempre estará presente en la vida de cada uno de nosotros. Existirá donde haya seres humanos, pues allí abundan las diferencias de opiniones, emociones, convicciones y prioridades entre nuestras relaciones interpersonales y en los grupos a los que pertenecemos. Dios nos creó como seres únicos y diferentes, por lo tanto, siempre habrá diferencias entre nosotros. Es importante que podamos ser buenos «mayordomos» de las herramientas que tenemos para poder transformar los conflictos que nos rodean ya que son inevitables en la vida en sociedad.

 

Toma unos minutos y analiza si tu enfoque hacia el conflicto es negativo o positivo. Si tu enfoque es positivo creerás que es una oportunidad de crecimiento, fortalecimiento, valentía, aclaratoria y enriquecedora. Por el contrario, si tu enfoque es negativo pensarás que es destructivo, hostil, amenazante, y de distanciamiento. En muchas ocasiones nos creamos obstáculos nosotros mismos. En otras nos pasamos la mayoría del tiempo ocupándonos de resolver los conflictos de los demás a nuestro alrededor, cuando primero debemos trabajar con nuestras situaciones personales.

 

Los conflictos que existen dentro de nosotros son intrapersonales e interpersonales que son los que ocurren entre dos o más personas. Es importante que evalúes si tienes conflictos contigo para que entonces trabajes con ellos y así evitar los conflictos con las demás personas y otros grupos. Las causas que pueden llevarnos a situaciones conflictivas pueden ser las siguientes: la perspectiva de cada persona, la interdependencia, diferencias culturales, generacionales, objetivos diferentes, poca comunicación, choque de valores, relaciones y necesidades, entre otras.

 

Con el propósito de que el conflicto pueda ser una buena experiencia evitemos que nuestras respuestas sean de escape o ataque. Pensemos en crear espacios de paz y hagámonos las siguientes preguntas: ¿Cómo puedo beneficiar a la otra parte en esta situación?, ¿cómo puedo asumir mi responsabilidad?, ¿cómo puedo ayudar a que la otra parte asuma su responsabilidad?, y ¿cómo puedo propiciar una solución razonable a ambas partes? Estas preguntas nos ayudarán a disminuir las barreras que nos podemos encontrar tales como: los prejuicios, falta de empatía, miedos y poco control de las emociones.

 

Hay personas que adoptan diferentes estilos para resolver los conflictos. Algunos ignoran el conflicto por completo, otros son competitivos y no buscan el beneficio para ambas partes como lo hace el estilo adaptativo cuando lo más recomendable es que seamos colaborativos y ambas partes obtengan lo que desean. Todos podemos resolver y ser intermediarios en un conflicto y si por alguna razón no tenemos la capacidad para resolver la situación lo importante es reconocerlo y buscar ayuda de terceras personas.

 

Es importante que busquemos las causas del conflicto, determinemos lo que desean ambas partes, identifiquemos las alternativas, resumamos los acuerdos alcanzados, busquemos oportunidades para reconocer progresos y evaluemos los resultados.

Por último, afirmemos la Palabra del Señor que nos exhorta en Efesios 4:29: «Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan».