Participé del “diálogo electoral” en “Conversaciones Latinas Contemporáneas”, evento muy bien planteado y conducido por los Ministerios Latinos de ABHMS, coordinado por el Rev. Salvador Orellana. Y la pregunta que tenemos en este momento sobre la mesa es: ¿Cómo un diálogo este tipo puede ayudar a nuestras iglesias y pastores? Además, ¿cómo continuarlo?

 

Definitivamente, creo en el diálogo que aprendemos de Jesús y los Apóstoles en la Biblia. Para mí, es de relevancia extraordinaria, porque nos ayuda a afirmar la misión, abrir los ojos a la visión, y tomar el correcto camino de acción. Tiene un propósito evangelizador; así enseñaba nuestro Maestro.

 

Hay aspectos de interés ideológico para los latinos que creo deben considerarse antes de hacer observaciones sobre una plática de elecciones. De hecho, tal acercamiento al tema es apropiado para cualquier diálogo dentro de nuestras iglesias o ministerios, porque sus principios van más allá de la circunstancia política tan divisiva que hemos estado viviendo.

 

Hoy día el contenido ideológico de los diálogos en la comunidad tiene mayor impacto que nunca antes. Estamos viviendo una época de insólita conciencia histórica, porque la gente cree que todo lo que dice y hace es de trascendencia universal para el entendimiento y consecuencia de sus actos y razones; suponen que los demás debieran notar que están “haciendo historia”. Y es verdad, solo que siempre fue así, aunque no estuviéramos tan advertidos.

 

Así, valores y virtudes se vuelven términos que expresan categorías de carácter ideológico. Cuando la gente habla pueden usar las mismas palabras, y significar cosas distintas. Y eso es habitual en el lenguaje político para captar la interpretación y preferencia del votante.

 

Los latinos pueden tener un lenguaje común, pero sus referencias suelen ser muy diferentes, de extremo a extremo, críticamente traducidas con símbolos contradictorios.  Aunque tenemos origen y formación muy similar, hay diferencia de criterios y enfoques, porque somos tremendamente diversos en los intereses sociales, económicos, políticos, y cargamos peculiaridades culturales, filosóficas, teológicas que a menudo son primeramente ideológicas antes que conscientes. Exagerar el plano político de “ser latinos” es parte de un multiculturalismo ideológico que lleva a divisiones y conflictos con otros grupos, y que impide un verdadero diálogo entre nosotros.

 

Los latinos cristianos pueden hablar y votar según su preferencia secular, pero más posiblemente lo harán desde la proyección de su raíz religiosa. Las interpretaciones dogmáticas de la fe harán la diferencia en la orientación. Lo mismo ocurre cuando conversan, dialogan, a intercambiar ideas. Es muy difícil llegar a esa mesa, sentarse a oír tolerablemente (a “oír” – no a calcular qué responder de antemano), y llegado su momento ser capaz de decir, como es el título homónimo del libro[1] del Dr. Jim Denison, “Respetuosamente, yo estoy en desacuerdo” con usted, hermana o hermano mío, y aun así darle un abrazo, afirmándolo.

 

Un diálogo electoral con respeto mutuo y desacuerdo razonable no se basará en la perfección de los candidatos, su veracidad o circunspección. El constante uso de la mentira y la crítica destructiva,  tan característico del apasionamiento político en tiempo de elecciones, es totalmente lesivo para cualquier conversación consecuente y consecutiva. Las simpatías muchas veces están ligadas con símbolos concurrentes que ligan el pasado con el presente buscando producir una perspectiva del futuro preconcebido, añorado, mitificado, imaginario. La manipulación de la propaganda política, de los medios de comunicación, de las redes sociales, de las instituciones comunitarias, muchas veces elimina la oportunidad del diálogo positivo.

 

Con todo, sí creo que es posible y muy provechoso, atrevernos al diálogo en consecuencia con lo que creemos. El Dr. Allan R. Hilton dice que una casa unida[2] hará que la iglesia cumpla más cabalmente su misión de salvar al mundo. En su libro advierte los riesgos de las “cámaras de eco” donde pueden mezclarse nuestras reflexiones y emociones, pero propone lo que llama “conversaciones valientes” como parte de la visión cristiana.

 

Para estas conversaciones valientes, como diálogo productivo que no termine en un debate más divisivo, hay que: Prepararse bien dando prioridad al fundamento bíblico. Estar seguro de lo que se ha dicho, no aceptar rumores, tener reglas claras y accesibles para platicar. Conseguir que todos participen, que nadie sea silenciado. Tener en cuenta la tradición de la comunidad para no ignorar lo que se ha vivido. No permitir que personas sin estos vínculos participen en la conversación.

 

Para que este nivel de diálogo continúe, puede reanudarse en pequeños grupos, en el momento oportuno, y con mucha paciencia. Con todo, pienso que es mejor no entablar tal conversación cuando realmente no sea necesario, no ha sido solicitado, o no es suficientemente seguro que se obtendrán resultados aceptables, porque meterse en una disputa así, con el solo propósito de ganar la conversación, es más un desastre que una ayuda. A través de los años, la unidad a veces se ha mantenido evitando discusiones divisivas, y expresando el amor con hechos más que con palabras.