Written by Rev. Carlos L. Malavé Executive Director Christian Churches Together
 

La situación política en la cual se encuentra nuestro país demanda que la iglesia reexamine su papel en su envolvimiento cívico. Un vistazo rápido a la realidad política actual revela que la iglesia ha sucumbido a la tentación de promover ideologías específicas, en vez de promover el dialogo y el respeto a la conciencia del individuo. Muchos creyentes atacan y critican despiadada mente a otros creyentes, abandonando así el espíritu de amor y respeto a la dignidad humana que debe caracterizar los discípulos de Cristo. Es fundamental que como hijos e hijas de Dios recordemos que la persona con la cual diferimos en nuestro análisis político es nuestro hermano y hermana. Dios ama a ese “enemigo” con la misma intensidad con la cual me te ama a ti. Aun más, la voluntad y el mandamiento de Dios es que amemos a esa persona tal como nos amamos a nosotros. Es inaceptable que un creyente condene y juzgue a otro; a lo menos eso es lo que nos enseña el evangelio.

 

Hoy, nuestro país se caracteriza por una polarización política que se ha infiltrado en todos los aspectos de nuestra vida: cultura, universidades, lugar de trabajo, el parque, la iglesia y aun nuestras salas de comer. En este momento histórico la iglesia necesita redescubrir cuál es su vocación evangélica; promover la paz y la unidad de la familia humana.

 

El deber primordial de cada ciudadano, incluyendo a los cristianos, es buscar soluciones a los problemas que afligen a nuestras comunidades (locales y nacionales). Estas soluciones tienen que considerar y permitir las libertades individuales, en la medida en que estas libertades individuales no violenten el bienestar de la comunidad. Por ejemplo, en nuestro país la ley da derecho a individuos a poseer y portar armas de fuego, este es un derecho individual. Sin embargo, si el uso de las armas de fuego atenta contra el bienestar de la comunidad, entonces la comunidad tiene el derecho de controlar como y cuando el individuo usa un arma de fuego.

 

La iglesia existe en medio de una sociedad secular. Esto quiere decir que no tenemos un gobierno teocrático (religioso). La función de la iglesia es similar al de otros grupos o asociaciones; influenciar a los demás con sus ideas y perspectivas. Si estas ideas y perspectivas violentan la libertad y el derecho individual de ciertos ciudadanos, estas no deben ser impuestas por medio de legislación. Tenemos que respetar la libertad de conciencia, a menos que el derecho individual inflija daño corporal o psicológico a otros miembros de la comunidad.

 

No podemos imponer la fe cristiana por medio de legislación. La iglesia no debe tratar de imponer su moralidad o principios bíblicos (según los entienda cada grupo particular) por la fuerza. Los creyentes y la iglesia son llamados a influenciar la sociedad con su ejemplo, su testimonio. La única forma como los principios del evangelio pueden infiltrar la conciencia pública, es por medio de nuestro ejemplo. La mejor estrategia para convencer a otros de que los principios del evangelio ofrecen la mejor alternativa para solucionar nuestros problemas, es por medio de nuestro servicio, amor y sacrifico. “Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.” Mateo 5:16 (DHH)

 

Usted y yo tenemos el privilegio de contribuir al bienestar común de nuestras comunidades, y de nuestro país. Lo haremos por medio de nuestra participación en el proceso político. La política no es sino el esfuerzo común de buscar y proveer soluciones a los retos de nuestra comunidad. No imponemos nuestra idea o concepto de esas soluciones, simplemente las compartimos con los otros miembros de la comunidad hasta que llegamos a un acuerdo común, a un acuerdo que beneficie a la mayoría. Porque otra persona piensa de una forma distinta no podemos considerarlo como nuestro enemigo.

 

En estas elecciones presidenciales (2020) la reputación de la iglesia está en juego. De por si, una gran mayoría de las nuevas generaciones han perdido su confianza en la efectividad de la iglesia para contribuir al bienestar común. La juventud se está afiliando a otros grupos u organizaciones que se preocupen genuinamente por el bienestar común. La iglesia pierde el respeto cuando se identifica con un partido político o con un candidato. Por esa razón es contraproducente cuando un pastor o una iglesia local promueven a un candidato presidencial específico, cuando les indican a sus feligreses por quien deben votar.

 

En una democracia la libertad de elegir a nuestros gobernantes es un derecho inalienable. Cualquier intento de coartar ese derecho, ya sea por un individuo, grupo o por el mismo gobierno, es una violación craza a los principios de esa democracia.

 

Cada uno de nosotros y nosotras tiene la responsabilidad de analizar los problemas de nuestra comunidad y las soluciones que cada partido (o candidato/a) ofrece. Basado en ese análisis decidimos a quien debemos apoyar. Recordemos que el fin es buscar una solución que beneficie a la mayoría y a la misma vez respete los derechos individuales. Para los cristianos, no existe un partido político o candidato que ofrezca todas las soluciones que nosotros consideramos “bíblicas.” Cuando damos nuestro voto a un candidato, tenemos que aceptar que habrá algunas posiciones en las cuales diferimos.

 

No existe una plataforma política que incluya todo lo que nosotros consideramos importante. Eso quiere decir que vamos que tener que comprometer algunos valores que consideramos importantes. La pregunta es qué principio usar para tomar tal decisión. Considero que la respuesta, aunque nos sea difícil tomarla, es considerar en que plataforma política (o candidato) promete más beneficios para el bien común de todos y todas.

 

Los siguientes pasajes bíblicos nos proveen una guía sobre lo que debemos considerar al tomar esta decisión:

“Trabajen en favor de la ciudad a donde los desterré, y pídanme a mí por ella, porque del bienestar de ella depende el bienestar de ustedes.” Jeremías 29:7

 “Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.” Fil. 2:4

 

Cuando entre a la urna de votación pregúntese, ¿Cómo puedo con mi voto apoyar a un gobernante que trabajará por el bienestar y el progreso de todos en nuestro país? Después de las elecciones, no importando quien gane, debemos comprometernos a continuar colaborando por el bienestar de nuestra comunidad.

Rev. Carlos L. Malavé
Executive Director
Christian Churches Together

La situación política en la cual se encuentra nuestro país demanda que la iglesia reexamine su papel en su envolvimiento cívico. Un vistazo rápido a la realidad política actual revela que la iglesia ha sucumbido a la tentación de promover ideologías específicas, en vez de promover el dialogo y el respeto a la conciencia del individuo. Muchos creyentes atacan y critican despiadada mente a otros creyentes, abandonando así el espíritu de amor y respeto a la dignidad humana que debe caracterizar los discípulos de Cristo. Es fundamental que como hijos e hijas de Dios recordemos que la persona con la cual diferimos en nuestro análisis político es nuestro hermano y hermana. Dios ama a ese “enemigo” con la misma intensidad con la cual me te ama a ti. Aun más, la voluntad y el mandamiento de Dios es que amemos a esa persona tal como nos amamos a nosotros. Es inaceptable que un creyente condene y juzgue a otro; a lo menos eso es lo que nos enseña el evangelio.

 

Hoy, nuestro país se caracteriza por una polarización política que se ha infiltrado en todos los aspectos de nuestra vida: cultura, universidades, lugar de trabajo, el parque, la iglesia y aun nuestras salas de comer. En este momento histórico la iglesia necesita redescubrir cuál es su vocación evangélica; promover la paz y la unidad de la familia humana.

 

El deber primordial de cada ciudadano, incluyendo a los cristianos, es buscar soluciones a los problemas que afligen a nuestras comunidades (locales y nacionales). Estas soluciones tienen que considerar y permitir las libertades individuales, en la medida en que estas libertades individuales no violenten el bienestar de la comunidad. Por ejemplo, en nuestro país la ley da derecho a individuos a poseer y portar armas de fuego, este es un derecho individual. Sin embargo, si el uso de las armas de fuego atenta contra el bienestar de la comunidad, entonces la comunidad tiene el derecho de controlar como y cuando el individuo usa un arma de fuego.

 

La iglesia existe en medio de una sociedad secular. Esto quiere decir que no tenemos un gobierno teocrático (religioso). La función de la iglesia es similar al de otros grupos o asociaciones; influenciar a los demás con sus ideas y perspectivas. Si estas ideas y perspectivas violentan la libertad y el derecho individual de ciertos ciudadanos, estas no deben ser impuestas por medio de legislación. Tenemos que respetar la libertad de conciencia, a menos que el derecho individual inflija daño corporal o psicológico a otros miembros de la comunidad.

 

No podemos imponer la fe cristiana por medio de legislación. La iglesia no debe tratar de imponer su moralidad o principios bíblicos (según los entienda cada grupo particular) por la fuerza. Los creyentes y la iglesia son llamados a influenciar la sociedad con su ejemplo, su testimonio. La única forma como los principios del evangelio pueden infiltrar la conciencia pública, es por medio de nuestro ejemplo. La mejor estrategia para convencer a otros de que los principios del evangelio ofrecen la mejor alternativa para solucionar nuestros problemas, es por medio de nuestro servicio, amor y sacrifico. “Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.” Mateo 5:16 (DHH)

 

Usted y yo tenemos el privilegio de contribuir al bienestar común de nuestras comunidades, y de nuestro país. Lo haremos por medio de nuestra participación en el proceso político. La política no es sino el esfuerzo común de buscar y proveer soluciones a los retos de nuestra comunidad. No imponemos nuestra idea o concepto de esas soluciones, simplemente las compartimos con los otros miembros de la comunidad hasta que llegamos a un acuerdo común, a un acuerdo que beneficie a la mayoría. Porque otra persona piensa de una forma distinta no podemos considerarlo como nuestro enemigo.

 

En estas elecciones presidenciales (2020) la reputación de la iglesia está en juego. De por si, una gran mayoría de las nuevas generaciones han perdido su confianza en la efectividad de la iglesia para contribuir al bienestar común. La juventud se está afiliando a otros grupos u organizaciones que se preocupen genuinamente por el bienestar común. La iglesia pierde el respeto cuando se identifica con un partido político o con un candidato. Por esa razón es contraproducente cuando un pastor o una iglesia local promueven a un candidato presidencial específico, cuando les indican a sus feligreses por quien deben votar.

 

En una democracia la libertad de elegir a nuestros gobernantes es un derecho inalienable. Cualquier intento de coartar ese derecho, ya sea por un individuo, grupo o por el mismo gobierno, es una violación craza a los principios de esa democracia.

 

Cada uno de nosotros y nosotras tiene la responsabilidad de analizar los problemas de nuestra comunidad y las soluciones que cada partido (o candidato/a) ofrece. Basado en ese análisis decidimos a quien debemos apoyar. Recordemos que el fin es buscar una solución que beneficie a la mayoría y a la misma vez respete los derechos individuales. Para los cristianos, no existe un partido político o candidato que ofrezca todas las soluciones que nosotros consideramos “bíblicas.” Cuando damos nuestro voto a un candidato, tenemos que aceptar que habrá algunas posiciones en las cuales diferimos.

 

No existe una plataforma política que incluya todo lo que nosotros consideramos importante. Eso quiere decir que vamos que tener que comprometer algunos valores que consideramos importantes. La pregunta es qué principio usar para tomar tal decisión. Considero que la respuesta, aunque nos sea difícil tomarla, es considerar en que plataforma política (o candidato) promete más beneficios para el bien común de todos y todas.

 

Los siguientes pasajes bíblicos nos proveen una guía sobre lo que debemos considerar al tomar esta decisión:

“Trabajen en favor de la ciudad a donde los desterré, y pídanme a mí por ella, porque del bienestar de ella depende el bienestar de ustedes.” Jeremías 29:7

 “Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.” Fil. 2:4

 

Cuando entre a la urna de votación pregúntese, ¿Cómo puedo con mi voto apoyar a un gobernante que trabajará por el bienestar y el progreso de todos en nuestro país? Después de las elecciones, no importando quien gane, debemos comprometernos a continuar colaborando por el bienestar de nuestra comunidad.

Rev. Carlos L. Malavé
Executive Director
Christian Churches Together