Pandemia en el desierto, escrito por la pastora Anátalys González Ortiz, es un libro con el que todos y todas nos podemos identificar porque hemos vivido momentos que han sacudido nuestros cimientos: cambios en la vida, situaciones de salud, la pérdida de una persona amada, muerte, mudanzas, desastres naturales, entre otros. Son etapas naturales de la vida que debemos enfrentar en algún momento.

Pandemia en el desierto. Al leer el título identificamos dos elementos: un evento (la pandemia) y un lugar (el desierto). La pandemia del COVID-19 afectó de alguna manera al mundo entero. Ninguna generación tenía recuerdos ni la experiencia de haberse enfrentado a un evento similar ya que un evento como este no ocurría desde el 1918. Asimismo, puedo afirmar con mucha seguridad que la mayoría de nosotros ha experimentado alguna vez en su vida el desierto desde un punto de vista metafórico. Cuando hablamos de desiertos, en los imaginarios judío y cristiano viene a nuestra memoria la travesía de los israelitas por 40 años. 40 años… Pero entonces nos preguntamos, ¿cómo son los desiertos?

            Los desiertos se originaron a causa de los cambios climáticos hace más de un millón de años. Con el calentamiento del planeta las lluvias se movieron hacia los polos y se secaron los lagos. Como consecuencia, los vientos se llevaron la tierra fértil, se perdió la vegetación y los animales migraron a lugares fértiles. El suelo del desierto es árido y produce muy poco.

En el desierto las temperaturas son extremas. En el caso de los desiertos tropicales (que es el que conocemos por la experiencia de los israelitas en la Biblia) las temperaturas de día son intensamente altas y en las noches, extremadamente bajas. En el desierto se siente con intensidad.

Aun así, los habitantes del desierto han desarrollado estrategias para enfrentar las condiciones extremas. Se esconden durante el día y salen a comer en el anochecer. Para refrescarse y aguantar el calor, hay animales que beben del rocío del amanecer o el líquido de las plantas; algunos jadean para evaporar la saliva y refrescar sus bocas; otros lamen sus partes u orinan sus patas para sentir la humedad; mientras que las serpientes y lagartos se entierran en la arena para refrescarse.

El desierto metafórico no está muy distante de las características que hemos ofrecido. En este caso usamos nuestras lágrimas para refrescar el alma, nos escondemos para protegernos de las condiciones extremas, lamemos nuestras heridas... En el desierto no se vive, se hace lo que se puede para sobrevivir... y eso está bien. Sobrevivir implica seguir vivo a pesar de las estrecheces o dificultades de la vida o al menos seguir con lo imprescindible para ello.

¿Saben qué otra cosa hay en el desierto? Oasis. Un oasis es un terreno con cierta vegetación que se alimenta de agua del subsuelo. Se caracteriza por estar localizado dentro de grandes desiertos de arena. En algunos casos, pueden también contener un manantial de agua. Hace cientos de años, cuando se realizaban largas travesías por el desierto, los oasis tenían una función vital. Ya que servían como punto de descanso y de abastecimiento donde los viajeros y comerciantes de las caravanas que se desplazaban se reabastecían de comida y agua.

En los desiertos de la vida también encontramos oasis: momentos de paz y felicidad que sirven para detenerse, descansar, renovar fuerzas y reabastecerse para continuar el camino en el desierto de tristeza y pérdidas… porque en el desierto metafórico estamos de pasada.

¿Se preguntarán porqué toda esta clase sobre los desiertos? Porque de esto tratan los dos primeros capítulos del libro: (1) El desierto abre sus puertas; (2) Oasis en el desierto.

            Ya discutidas las características del desierto, añadamos a esas condiciones, una pandemia. Hablemos ahora un poco sobre la pandemia del COVID-19. Este evento afectó y sigue afectando al mundo entero. Pero ciertamente, no nos ha afectado a todos por igual. Haber vivido este evento en Nueva York requiere de contexto para quienes estuvieron en otro lugar.

Estados Unidos llegó a ser el país del mundo con mayor cantidad de muertes y contagios de COVID-19 y por un tiempo en 2020 la ciudad de Nueva York fue el epicentro de la pandemia. En mayo, New York City era la ciudad con más casos confirmados que cualquier país fuera de los Estados Unidos. Asimismo, a mediados de abril, Nueva York era el estado más golpeado por la pandemia en Estados Unidos y albergaba un tercio de los contagios del país y la mitad de las muertes contabilizadas. Un periódico reseñaba en abril de 2020 que las solicitudes de entierros y cremaciones habían aumentado en un 300%.  

El 20 de marzo de 2020, la ciudad que nunca duerme se detuvo por dos meses. En abril de 2020 ya no había respiradores disponibles para todos los pacientes que lo necesitaban. Las visitas a los hospitales estaban restringidas.

            Es en este contexto que Annie nos narra sus vivencias en los capítulos tres y cuatro: (3) Anuncios de pandemia y muerte y (4) COVID-19: huésped de la casa. En estos capítulos, Annie nos abre la puerta de su hogar y nos permite entrar a su intimidad. Este es un privilegio que asumí con mucho respeto y reverencia. Desnudarse ante miles de lectores y lectoras es un acto de valentía; especialmente para personas que están en posiciones ministeriales como lo son Annie y Julio. En ocasiones la feligresía tiende a ver a sus líderes como personas perfectas, con superpoderes para enfrentar la adversidad. Pero Annie presenta ese rostro humano y realista de nuestro cuerpo ministerial. Gracias, Annie, por eso.

            Regresemos al desierto. ¿Recuerdan cómo Dios protegió a su pueblo en ese peregrinar por el desierto? Para ayudar a enfrentar las temperaturas extremas, Dios proveyó una nube de día que daba sombra y una columna de fuego en la noche que proporcionaba calor. El maná fluyó a diario, así como las codornices y la ropa no se desgastó. En medio del desierto Dios hizo provisión. El pueblo no estuvo solo. Te invito a leer el libro para que descubras como Dios cuidó de Annie y su familia en este tiempo.

            Los capítulos 5 y 6: (5) Receta para el enfermo: amor, ternura y cuidados; y (6) Rezagos en el desierto nos presentan una radiografía del sistema de salud en Nueva York durante la pandemia. Tristemente somos testigos de cómo los buitres del mercado de la salud se alimentan con sus picos putrefactos del dolor y la necesidad en esta crisis. La esperanza llega ante el compromiso y la entrega del personal de salud. No hay cacerolazo que demuestre la eterna gratitud que sentimos hacia ellas y ellos.

En la contraportada del libro escribí que en este libro la autora nos narra uno de los momentos más difíciles de su vida y que desgarra sus vestiduras ante el luto mientras nos invita a caminar con ella por su peregrinar a la sanación. Este testimonio es una lectura obligatoria para quienes estén pasando por alguna crisis o trabajen con personas en este tipo de situación.

Este libro narra una travesía. Al igual que el pueblo de Israel, no está estancada en el desierto, se mueve. En ese camino, Annie vivió diversidad de experiencias, por un terreno árido, con temperaturas extremas, sintiendo todo con intensidad. En ese camino pudo detenerse en varios oasis, recargó y continuó. Los últimos dos capítulos: (7) Año 2020: año de la visión perfecta y (8) Pensamientos de bien, narran esa salida del desierto.

Repito, este libro narra una travesía. Trata el tema de la pérdida y cómo Dios se mantiene a nuestro lado especialmente cuando sentimos desfallecer. Por definición, la crisis no es permanente. Como dice el profeta Héctor Lavoe: todo tiene su final, nada dura para siempre.

Aunque los capítulos de cierre se enfocan en la salida del desierto, vemos destellos de esperanza y de la fidelidad de Dios en cada capítulo. A lo largo de esta travesía se validan los sentimientos de tristeza y frustración a la vez que se resalta la esperanza por medio del amor de Dios en la pandemia medio del desierto.

40 años… el tiempo en el desierto tiene su fin. Sí. Quizás nos bebimos las lágrimas, nos escondimos debajo de la tierra y hasta nos orinamos las piernas para refrescarnos. Nos humillamos completamente, rasgamos nuestros vestidos y desgarramos nuestros sentimientos. Pero eso va a pasar.

Regresemos al tema de cómo se adaptan los animales para sobrevivir en el desierto ya que no les mencioné el caso de las aves. Las aves no tienen tanto problema en el desierto porque sus plumas son un excelente aislante; y como se desplazan más rápido, pueden alcanzar con cierta facilidad fuentes de agua.

Annie, cual ave fénix, sale de su desierto transformada. Tiene ahora el privilegio de una nueva perspectiva que le permite ver el desierto desde otro ángulo. Asimismo, cuenta con una protección especial que la ayuda a salir victoriosa.

Cuando salimos del desierto no somos las mismas personas. Tendremos los zapatos llenos de arena, el sol cambiará el color de nuestra piel, nuestros músculos cambiarán, veremos las situaciones desde otra perspectiva… seremos diferentes.

Salimos fortalecidas y fortalecidos. Aprendemos a sobrevivir en una situación extrema. Conocemos a Dios de una manera íntima y cercana. Su sustento nos mantiene con vida. Él llena el vacío con su amor. El pueblo de Israel vio a Dios manifestado en el amor al prójimo, en la solidaridad en su desgracia compartida… en su provisión divina. Annie vivió la provisión de Dios en su desierto. Tú también puedes recibir ese regalo.

Los invito a leer el libro para que se sumen a la travesía. Como me compartió un compañero: en la Biblia los desiertos son transitorios, mientras que las nuevas Jerusalén son eternas.